Die Schönste Krankheit des Weltalles

Mr. Murphy Says It Better

Acknowledgements

sábado, 6 de diciembre de 2008

Remembering



Cada semana, caminaba a un ritmo bastante agitado para llegar a tiempo. Soy un animal de habitos nocturnos, por lo que, según mis estándares, estar despierto a las 10 am significa(ba) madrugar demasiado. En aquellos tiempos arreglé mi horario con tal de iniciar mi rutina a partir de mediodía. Siempre he sido muy perezoso en ese aspecto. No es mi culpa. Ya lo he dicho: soy un ave nocturna. La luz del sol siempre me ha provocado diversas incomodidades (sin contar las quemaduras en al piel y la fotofobia espiritual).

Pero había algo que hacía que despertar temprano valiera la pena: una clase/seminario que nunca me perdía, la cual era impartida por uno de los mejores maestros que he tenido hasta ahora--y posiblemente sea el único, pues no creo que haya otro que lo iguale o supere, al menos en estos latitudes. Claro que el que haya sido uno de los mejores no lo hacía una de las personas más políticamente correctas (creer lo opuesto es infantil y arbitrario). Manifestaba mucho su estado de ánimo, acabando, de esta forma, con el cliché del inglés mesurado y flemático. Siempre estaba atento hasta en el más ínfimo de los detalles, de ahí que uno tuviera que ir con pies de plomo para que él no convirtiera nuestros argumentos o comentarios en nuestros propios verdugos. Si uno buscaba algún punto débil en sus declaraciones, simplemente no se podía, nada se le escapaba. Los errores básicos de pronunciación eran algo imperdonable para él. Fue la primera persona que conocí que, abiertamente, dijo que el idioma de un pueblo determinaba su intelecto y que por eso él se alegraba de que el inglés hubiera sido su lengua materna. Cualquier patriotero orgulloso y molesto se habría enojado, pero muy probablemente tal declaración sea verdad. Jamás lo culpé por ese comentario, y si no lo hice antes mucho menos ahora. Rara vez se conoce gente que dice lo que piensa, sin importar si los demás se ofenden: nadie, excepto él, reconoció que todos somos mercenarios, a pesar de la negativa de casi todos a aceptarlo, cuando leíamos un poema de Hugh Macdiarmid. Una verdad tan evidente que es todo, menos bonita. Fue el primer profesor que he visto que sostiene una discusión sobre frutas gracias a "Bermuda" de Andrew Marvell, sin importar lo trivial y gracioso que hubiera parecido en aquél momento. No obstante, esas trivialidades, por más obvias que llegaran a ser, siempre llamaron su atención. A través de esas discusiones aprendí que, a veces, la mejor respuesta es la más obvia. Sin embargo, también la mejor forma de ocultar algo es poniéndolo a la vista de todos. Sólo él se daba cuenta de ello. Tal vez quiso impulsarnos a hacer lo mismo, a perder el temor de parecer estúpidos, pues más valdría decir algo a quedar como imbéciles sin habla, o indiferentes. La literatura, según lo que aprendí de él, era cuestión de experiencia. Y él tenía mucha. "¿Por qué aprenderías sueco?" me preguntó cuando comenté una traducción de Tomas Transtromer, a lo que contesté "¿Por qué no?". Y como siempre, tuvo mucho qué decir sobre su experiencia en esa materia (él estuvo en Suecia algunas veces).

Para él las manifestaciones literarias no eran sólo un conjunto esquemas algebraicos completamente artificiales. Estas manifestaciones están con vida y ahí para que las veamos bajo una luz diferente. En ningún caso nos obligó a pensar igual que él, pues, con su ionía habitual, decía "ustedes pueden pensar lo que quieran". No le complacía oir lo de siempre. Las descripciones superficiales lo sacaban de balance, pues sentía que no lograba los objetivos deseados. Buscaba despertar algo de creatividad en nosotros, sus alumnos. Tenía ls esperanzas de que, a pesar de que todo ya estaba dicho, alguien tuviera los cojones suficientes para descubrir (o intentar hacerlo) algo totalmente nuevo. Un ideal bastante romántico (y quizá anacrónico), si tomamos en cuenta los tiempos en los que nos tocó vivir. Pero él era, tal vez, uno de los últimos románticos que logró adaptarse a las circunstancias.

Me tocó oir anécdotas que ahora forman parte de las leyendas de distintas generaciones, cuando estaba en su máximo cénit, cuando era más cruel con sus alumnos y sus críticas y comentarios más incisivos y acres. Pero también me tocó ver que aún, a pesar de todo, conservaba gran parte de ese ingenio característico de los ingleses. Muy pocos de los que conozco decidieron, por diversos motivos, no tomar clases con él. Y ellos se lo perdieron. Aún así es algo sorprendente.

También es sorprendente ver que ya pasó exactamente un año desde que Mr. Colin White, el profesor de quien he estado hablando todo este tiempo, falleció. No podía creerlo cuando me enteré del suceso (su muerte cayó en jueves, pero por fecha, fue hoy). Todo parecía (o deseábamos que así hubiese sido) que estaría con nosotros por mucho más tiempo. Seguramente nos hubiera regañado por no querer ver algo evidente pero fundamental: que algún día él tendría que irse. Siempre lo supo, pero creo que dependimos tanto de él que no pensamos que pasaría. Me dí cuenta que todos tendríamos que irnos algún día, no sin antes hacer algo que de verdad importara, como él lo hizo. Descubrí que, a pesar de todas sus rabietas y comentarios un tanto agresivos, siempre fuimos lo más importante para él. No pude evitar entristecerme, pues fue el primer profesor en darse cuenta cuando falté una sola vez (cuando tomé clases con él por primera vez en la carrera), y decírmelo directamente, sin ocultar su enojo/sarcasmo. Una vez me confundió con un protestante, pero no me ofendí. Dentro de lo que logré saber de él, supe que alguna vez tradujo textos técnicos, por lo que ahora me puedo identificar con él en ese aspecto.
Espero que se encuentre bien, esté donde esté. Creo que va a ser muy difícil olvidarse de él.

1 comentario:

Violette dijo...

Que bonito post. No imagino lo que es perder a un Maestro así.
Saludos

Still Life



Lyrics: Joakim Montelius