Die Schönste Krankheit des Weltalles

Mr. Murphy Says It Better

Acknowledgements

jueves, 31 de diciembre de 2009

Eight Minutes Until Detonation

Another year. Another cycle spent in a limbo of unfulfilled expectations. I'm glad I had enough work to try to fill the gaps in my life. It felt like medicine against the leisure time that would lead me to endless pondering that would derive into long, gloomy days. I sometimes believed that there was more in life than this but, after certain time of getting stuck in the same place and not knowing what to do next, I resolved to stop thinking about it. Maybe one of the main progresses of this year was my discovering of meaninglessness of life and its events. I would have liked learning to cope with such futility, I should have done so but I failed to do so.

Yet I discovered something new, I only have to stick to money and keep the way to procure it to me. Given my circumstances I'll have to pay my way out from all the pits I've fallen into. I'd like to fly far, far away. I'm sure if I get into another sort of troubles I will stop thinking about the nonsensical thoughts that have been since long bothering me. I don't care about what I wanted anymore, for I'm not sure to want it now. Past wishes seem futile, they never came true and they ought not to become true. There is no choice but sticking to the things at hand. I'd like to find something new, though.

I'll have to learn how to cope with the futility in/of life. If I take deception nothing won't be able to let me down.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Falling Asleep

Since a few days ago I began to think of God as a senile grandpa who, while nobody manages to make sense out of his incoherent, kafkaesque conception of reality as he waanders through a big house, needs a twenty-hours slumber per day to stay alive. But he can't be bothered, for his children and grandchildren love him, though. They can in no way change these facts. Senile people can do whatever they want. Their condition allows them to pledge to their demi-unconsciousness and beg for excuses for any mess they could do. They don't actually have to apologize, the others understand they have lost their minds. Their behaviour can change at random and this leads them to do and undo at will. This kind of autism protects them from the world, from their own reality, from consequences. God does not have to explain clear his reasons. When awake, he seldom does certain things and doesn't care of what is to come. The most of the times he just do nothing, thence he has granted us free will.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Memories

Hace dos semanas el Maestro Colin White cumplió dos años de haber fallecido. Con él se cerró un ciclo dentro del colegio de Letras Inglesas de la UNAM; las historias sobre él comenzaron a convertirse en leyendas que muy probablemente ya circulan en los pasillos, que reviven en los salones y en las mentes de los que lo conocimos. Incluso existe un reconocimiento que lleva su nombre, el cual se otorga al mejor trabajo de titulación (dentro del mismo colegio, obviamente) aunque, de acuerdo con algunos testimonios, él hubiera estado rotundamente en desacuerdo en que un premio estuviera dedicado a su memoria.

El día de su fallecimiento tuve examen final de literatura medieval, pero el profesor, uno de los más allegados a él y, por lógica, uno de los más afectados por su fallecimiento, no estaba seguro de aplicar el examen o postergarlo para la semana siguiente, aunque no le hubiera molestado la última opción, dadas las circunstancias de aquella fecha. Decidió que nosotros eligiéramos no sin dejar de recordarnos que, para Mr. White, los estudiantes siempre fuimos su mayor prioridad. La decisión inmediata del grupo fue hacer el examen. Uno de los compañeros preguntó sobre el lugar y la hora del sepelio y si sería prudente que fuéramos, a lo que el profesor accedió a dar la información. Durante mi estadía en la FFyL nunca creí que vería a mi profesor tan consternado y tan triste. La prueba se llevó a cabo con mucho orden en una atmósfera silenciosa. No recuerdo cuánto tardé en acabarla pero no tardé mucho en decidir que asistiría al servicio, a pesar de que contraje un resfriado dos días antes.

Normalmente me reunía con mis amigos en la entrada de la facultad para compartir experiencias sobre el examen, pero no recuerdo exactamente sobre qué hablamos en aquél momento. La muerte del profesor más reconocido de todo el colegio permeó los ánimos en general y parece que no había mucho qué decir. Después de un rato algunos amigos y yo nos organizamos para llegar en el mismo automóvil; durante el trayecto, en cambio, sí nos pareció pertinente hablar sobre cualquier cosa: el partido de los Pumas, el novedoso y carísimo E-Book, el nuevo disco de Portishead a estrenarse en 2008, el fraude electoral del año anterior y las evidencias que lo respaldaban, etc. Después de toda esa charla llegamos a la funeraria y nos dispusimos a entrar. Sabíamos que la noticia se había esparcido cual reguero de pólvora pero no tuvimos ni idea de que llegaría tanta gente. A decir verdad, sí teníamos, pero no calculamos exactamente que asistiría muchisima más gente de la que hubiéramos pensado. A pesar de haber ido casi sin pensarlo no me atrevía a acercarme al féretro, es decir, para despedirme "en persona". Mi moral había caido súbitamente, en picada, dos días antes (junto con mi sistema inmunológico) y no creí tener el valor suficiente para hacerlo aunque, un tiempo después, vencí mi miedo y me acerqué. No podía creer que el vital, enigmático e irónico profesor que nos había retado tres semanas antes yacía debajo de una pantalla de cristal. El poder de convocatoria de Colin White era tan grande que llegaron personas totalmente desconocidas para muchos de nosotros, alumnos de generaciones anteriores a la mía y aquellos que asistieron sólo por compromiso (incluso quienes nunca tomaron clase con él). Después de un par de horas de saludar a los maestros presentes y a los compañeros que llegaban decidí que la sala había alcanzado su máxima capacidad y que ya no tenía nada qué hacer ahí.

Al partir mi moral seguía tan baja como dos días atrás, pero el resfriado, por razones que aún desconozco, había desaparecido. Mi padre me pidió que no asistiera al velorio en ese estado, pues creía que mi condición podría empeorar. Mis ánimos, no obstante, por razones de otra naturaleza, ya estaban destruidos, ya no tenía nada qué perder. Además era mi deber presentar mis respetos a uno de los mejores profesores que he tenido en toda la vida. Al día siguiente volví a la funeraria, pues era el último día del velorio, y no quería que se fuera sin dejar un mensaje escrito junto con los demás que varios de los asistentes le habían obsequiado. La sala ya se encontraba un poco más vacía. Al terminar me despedí de una profesora y partí. A veces pienso que Colin, antes de irse y como una especie de favor desde la otra vida, trató de reparar las grietas en mi corazón pero, gracias a sus nuevas habilidades etéreas, vio que era más fácil limpiar mis pulmones y se tomó la molestia en hacerlo.

El dolor seguía ahí. No pude evitar pensar que todas esas clases de literatura romántica, de la época victoriana, los seminarios, aquellos momentos de descubrimiento precedidos por la tensión de no saber qué decir jamás regresarían. Quizá reviviría algunos fragmentos por medio de algunos poemas, discusiones, frases, declaraciones, imágenes, recuerdos de la cercanía de cierta compañera y las connotaciones de su actitud hacia mí (que muy probablemente Colin noto antes que yo, porque siempre estuvo observándonos), pero otra gran parte de esos momentos se disolverá en el olvido. Es posible que muchas cosas importantes se fueron con ellos pero ya no tiene caso tratar de rastrearlos.

Se sigue adelante, y se recuerda de vez en cuando.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Scared

Muchas personas, a lo largo de la historia, han luchado incontables veces para obtener su libertad. Nadie quiere estar sometido por alguien más. Nadie desea estar atado por algo o a alguien. Cuando ésta es inalcanzable se tiende a idealizarla, a creer que es el mejor don que cualquiera podría conseguir. El verbo "idealizar" tiene una connotación normalmente positiva pero todo el mundo olvida su otra cara, imaginar lo desconocido, no poder concebir algo porque no se tiene la experiencia directa para hacerlo.

La libertad, como un sueño, siempre permanece en un nicho paralelo al del amor platónico. Sin embargo, cuando los sueños se materializan dejan de ser sueños y, como suele suceder, la realidad resulta ser una superficie demasiado dura como para caer encima de ella y salir ileso. Mientras no se intente probar una teoría no puede refutarse, y el tipo que la formuló conservará su título de visionario (o loco). Por eso se prefiere soñar con la libertad, por que no se sabe que se hará con ella una vez que se vuelva realidad.

La historia ha demostrado que la mayoría de las antiguas colonias imperiales, una vez que se vieron libres, pasaron por un periodo de transición poco placentero. Sólo conozco algunas colonias en los que la lucha por la libertad rindió frutos relativamente positivos: Norteamérica (i.e. del Río Bravo hacia el norte) e Irlanda (o al menos alguna parte de ella). No hay necesidad de mencionar los detalles respecto a Sudamérica, casi toda Africa y gran parte de Asia, pues aunque ya son "libres" de los antiguos imperios, no han sabido qué hacer con su adquisición. Por lo tanto, la libertad resulta ser el peor de los dones, al menos cuando se tiene mucho miedo, cuando no se sabe qué se hará después, cuando se titubea respecto a las capacidades de uno mismo, cuando no se sabe qué camino tomar, cuando se es joven y muy inexperto. De la libertad a la anarquía sólo hay un paso y, en el peor de los casos, se recuerda con nostalgia el yugo del pasado (al menos se sabía hacia dónde ir).

La nostalgia por los grilletes puede presentarse en distintas formas: estabilidad, dirección determinada, costumbre, etc. No necesariamente tiene que ver con política, sino que también aparece en la vida cotidiana. Cuando uno se vuelve adulto y adquiere mayores libertades el miedo a los desconocido está siempre presente. Veo mis días de estudiante como un evento ya muy lejano, aún si ha pasado sólo un año desde que terminaron. Cuando revisé mi historial académico y descubrí que no quedaban asignaturas pendientes me alegré mucho, pero esta alegría dio paso a un shock por el hecho de saber que ya no tendría que asistir a clases --salvo los cursos de lengua extranjera--, ya sería dueño de mi propio tiempo. Ya no tendría profesores que me dirían qué leer, qué escribir, a qué horas tendría que asistir a clases, etc. Durante cuatro años no conocí otra rutina, estuve atado a ella con gusto (aunque al final ya no fue tan agradable por algunos aspectos) pero, como todo lo que inició, llegó a su fin. En cierta forma formé también un vínculo con mis compañeros de carrera porque me acostumbré a verlos todo ese tiempo y el dejarlos de ver creó un nuevo problema, los extrañaba. Sabía que ya no volvería a verlos con la misma frecuencia que antes y que volvería aquedarme solo como antes de empezar la universidad. La adquisición de esta clase de libertad llegó como un golpe súbito que deja una profunda contusión que cuesta mucho trabajo superar.

Hoy en día he podido asimilar mejor esa libertad. Ya no extraño la escuela como hace un año. El reencuentro fugaz con mis antiguos compañeros de primaria, contrario a mis creencias de hace tres meses, sí tuvo un sentido: logré entender que, así como pude alejarme de ellos y seguir con mi vida, también puedo olvidar a mis compañeros de universidad de la misma forma y seguir viviendo. La nostalgia por lo que nunca sucedió da paso a la indiferencia y, si todo sale bien, se convertirá en olvido, porque el olvido es la única forma de asegurar la supervivencia emocional. No obstante, hay aspectos de esta libertad que todavía no me agradan. Cuando estoy trabajando en algún encargo siento que tengo un propósito: sigo instrucciones, trato de cumplir con un plazo de entrega, trabajo con constancia para no atrasarme, tengo algo qué hacer. Pero una vez que el encargo está listo y lo envío a su destinatario me quedo sin nada. Puedo tener tres o cuatro días libres pero no sé qué hacer en ese tiempo. No tengo a dónde ir. No tengo a quién acudir para pasar las horas. No sé qué hacer con mi libertad y de inmediato deseo volver al trabajo para, al menos, tener algo útil qué hacer y, al mismo tiempo, acumular capital.

Siempre me atemoriza el no saber qué hacer después de cumplir con una obligación. Me atemoriza el hecho de saber que, una vez que mi labor termina, no tengo a dónde ir. Debo citar a las hormigas de aquél episodio de Los Simpson: "Libertad, horrible, horrible libertad".

martes, 1 de diciembre de 2009

Reality?

My father and sister share a strange ability I never understood--up until now, quite recently. They are somehow clairevoyants, clairevoyants in whose dreams they meet people from their pasts and whose destinies would be, sooner or later, fulfilled. Many years ago my sister dreamt of a neighbour of ours who, a few days later, passed away. Her dreams do not appear quite fateful every time, though, but it seems she has a supernatural fiber for certain things. I feel sometimes that her mind is much more open to certain invisible vibes, which allow her to foresee several things to come. Her dreams seldom fail.

On the other hand, my father takes more seriously those dreams. In a manner of speaking he has the gift of predicting troubles. He usually tells me those dreams as an attempt to drive ill fortune away from us, for he is quite superstitious and the rule for bad dreams demands such protection. I can't blame this belief anymore because of my own experience, since in the previous months my dreams said to me something I would have never expected to notice. Sometimes dreams tell us things so that we can have a chance to prevent them or, if the nature of the future is quite unescappable, at least to be ready for them. Dreams might be mistaken as a branch of the inherent to all people sixth sense. Survivors tend to develop it more than couch potatoes. People who experience war, natural disasters, any kind of imminent threats to their lives, manage to grow a natural alarm that tells them when to run like possessed even before danger shows up (sixth sense is not to be mistaken as paranoia, either).

Dreams play a decisive role in our everyday self-preservation drama.

Yet today I feel a bit uneasy, for last night a very well esteemed university teacher of mine appeared in my dreams, a teacher whose visit I never thought about before. The biggest problem was that he greeted me by my name, something he would have never done with anyone--he was even friendly to me. I hope my dreams don't attain the ominous nature of my father's, for I wouldn't like to hear that something bad happened to him. I hope he is ok.

Still Life



Lyrics: Joakim Montelius