Die Schönste Krankheit des Weltalles

Mr. Murphy Says It Better

Acknowledgements

domingo, 13 de diciembre de 2009

Scared

Muchas personas, a lo largo de la historia, han luchado incontables veces para obtener su libertad. Nadie quiere estar sometido por alguien más. Nadie desea estar atado por algo o a alguien. Cuando ésta es inalcanzable se tiende a idealizarla, a creer que es el mejor don que cualquiera podría conseguir. El verbo "idealizar" tiene una connotación normalmente positiva pero todo el mundo olvida su otra cara, imaginar lo desconocido, no poder concebir algo porque no se tiene la experiencia directa para hacerlo.

La libertad, como un sueño, siempre permanece en un nicho paralelo al del amor platónico. Sin embargo, cuando los sueños se materializan dejan de ser sueños y, como suele suceder, la realidad resulta ser una superficie demasiado dura como para caer encima de ella y salir ileso. Mientras no se intente probar una teoría no puede refutarse, y el tipo que la formuló conservará su título de visionario (o loco). Por eso se prefiere soñar con la libertad, por que no se sabe que se hará con ella una vez que se vuelva realidad.

La historia ha demostrado que la mayoría de las antiguas colonias imperiales, una vez que se vieron libres, pasaron por un periodo de transición poco placentero. Sólo conozco algunas colonias en los que la lucha por la libertad rindió frutos relativamente positivos: Norteamérica (i.e. del Río Bravo hacia el norte) e Irlanda (o al menos alguna parte de ella). No hay necesidad de mencionar los detalles respecto a Sudamérica, casi toda Africa y gran parte de Asia, pues aunque ya son "libres" de los antiguos imperios, no han sabido qué hacer con su adquisición. Por lo tanto, la libertad resulta ser el peor de los dones, al menos cuando se tiene mucho miedo, cuando no se sabe qué se hará después, cuando se titubea respecto a las capacidades de uno mismo, cuando no se sabe qué camino tomar, cuando se es joven y muy inexperto. De la libertad a la anarquía sólo hay un paso y, en el peor de los casos, se recuerda con nostalgia el yugo del pasado (al menos se sabía hacia dónde ir).

La nostalgia por los grilletes puede presentarse en distintas formas: estabilidad, dirección determinada, costumbre, etc. No necesariamente tiene que ver con política, sino que también aparece en la vida cotidiana. Cuando uno se vuelve adulto y adquiere mayores libertades el miedo a los desconocido está siempre presente. Veo mis días de estudiante como un evento ya muy lejano, aún si ha pasado sólo un año desde que terminaron. Cuando revisé mi historial académico y descubrí que no quedaban asignaturas pendientes me alegré mucho, pero esta alegría dio paso a un shock por el hecho de saber que ya no tendría que asistir a clases --salvo los cursos de lengua extranjera--, ya sería dueño de mi propio tiempo. Ya no tendría profesores que me dirían qué leer, qué escribir, a qué horas tendría que asistir a clases, etc. Durante cuatro años no conocí otra rutina, estuve atado a ella con gusto (aunque al final ya no fue tan agradable por algunos aspectos) pero, como todo lo que inició, llegó a su fin. En cierta forma formé también un vínculo con mis compañeros de carrera porque me acostumbré a verlos todo ese tiempo y el dejarlos de ver creó un nuevo problema, los extrañaba. Sabía que ya no volvería a verlos con la misma frecuencia que antes y que volvería aquedarme solo como antes de empezar la universidad. La adquisición de esta clase de libertad llegó como un golpe súbito que deja una profunda contusión que cuesta mucho trabajo superar.

Hoy en día he podido asimilar mejor esa libertad. Ya no extraño la escuela como hace un año. El reencuentro fugaz con mis antiguos compañeros de primaria, contrario a mis creencias de hace tres meses, sí tuvo un sentido: logré entender que, así como pude alejarme de ellos y seguir con mi vida, también puedo olvidar a mis compañeros de universidad de la misma forma y seguir viviendo. La nostalgia por lo que nunca sucedió da paso a la indiferencia y, si todo sale bien, se convertirá en olvido, porque el olvido es la única forma de asegurar la supervivencia emocional. No obstante, hay aspectos de esta libertad que todavía no me agradan. Cuando estoy trabajando en algún encargo siento que tengo un propósito: sigo instrucciones, trato de cumplir con un plazo de entrega, trabajo con constancia para no atrasarme, tengo algo qué hacer. Pero una vez que el encargo está listo y lo envío a su destinatario me quedo sin nada. Puedo tener tres o cuatro días libres pero no sé qué hacer en ese tiempo. No tengo a dónde ir. No tengo a quién acudir para pasar las horas. No sé qué hacer con mi libertad y de inmediato deseo volver al trabajo para, al menos, tener algo útil qué hacer y, al mismo tiempo, acumular capital.

Siempre me atemoriza el no saber qué hacer después de cumplir con una obligación. Me atemoriza el hecho de saber que, una vez que mi labor termina, no tengo a dónde ir. Debo citar a las hormigas de aquél episodio de Los Simpson: "Libertad, horrible, horrible libertad".

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Lyrics: Joakim Montelius